Sin pintura ni revestimientos, cada superficie cuenta su propia historia: las marcas del encofrado, las pequeñas variaciones, las imperfecciones auténticas que lo hacen único.
Cada elemento es intencional—lo que podría parecer crudo es en realidad parte de un diseño reflexivo que valora la autenticidad sobre el ornamento, donde el material en sí se convierte en la característica principal.